Tuesday, May 24, 2011

De artistas y cosechas

Sonó mi celular mientras iba en el auto. “Tu papá está grave”, me dice mi mamá con el tono grave que amerita una noticia como esa. “Estoy manejando y veo a la policía, te llamo después”, le colgué. Seguro ella entendió, sabe como odio las multas, además que iba atrasada a una reunión, ella también sabe que odio la impuntualidad. A las dos horas la llamé.

-“¿Qué te ha inventado ahora?”, le pregunté para después reírme.
- “Aunque te sorprenda, esta vez es enserio, es un cáncer, yo misma he ido al doctor a confirmarlo”, me respondió.
- “Como el cuento de Pedrito y el lobo, tarde o temprano algo le iba pasar”, repliqué.
           
No era la primera vez que escuchaba algo así viniendo de él, más aún desde que se hizo pública la herencia que recibimos de mi abuelo materno. Mi pobre padre nunca supo sostenerse por si mismo. Era encantador, un gentleman, así conquistó a mi madre, a punta de retórica. Era su mayor virtud, sino la única.

En su juventud con su labia  hacía soñar a las señoritas de alta alcurnia, ahora de mayor la utilizaba para sobrevivir. Sabía hacer teatro en la vida real. A mi madre, incluso después de muchos años de separación, lograba conmoverla. Lo que es yo, nunca tuve sensibilidad artística. Quizás a mi padre lo traicionó su temprana afición por los galanes de cine, no podía evitar vestir y hablar como ellos.

Pero esta vez era cierto, estaba enfermo y pronto se le comenzó a notar. En un año ya no quedaban rastros del coqueto de antaño. Su contextura se adelgazó, su abundante cabellera sufrió el último y definitivo otoño, pero lo que más me llamó la atención fueron sus ojos. Se fueron apagando junto con él. Se caracterizaba por una peculiar mirada penetrante, altanera, pero a la vez muy seductora. Él lo sabía, su mirada era siempre persuasiva, digna de un buen actor. En mí no surtía efecto, muchas veces quise creerle, pero insisto en que yo nunca he tenido sensibilidad artística.

Después de esa larga agonía le llegó su hora. En su funeral, por primera vez en mi vida, me sentí llamada a interpretar un papel ajeno a mí. Me vestí sobriamente para la ocasión, recibí las condolencias con mi mejor cara de congoja, forcé unas lágrimas frente a su ataúd. ¿Por qué lo hice?, todo artista, por malo que sea, merece su último homenaje. Se estilan los aplausos al final de la función. 

No comments:

Post a Comment